A mantener el realismo y la cautela
Rodrigo Aravena Economista Jefe Banco de Chile
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Rodrigo Aravena
Sin duda hemos tenido una leve mejora en el ambiente local. Esta “sensación térmica” es atribuible a una serie de eventos simultáneos, como el inicio del desconfinamiento en gran parte del país, el efecto –puntual— del retiro de fondos de las AFP y el aumento del precio del cobre. Estos factores, entre otros, han permitido una mejora en las estimaciones de crecimiento para este año, dejándonos como uno de los países más resilientes en la región. Pese a ello, hay razones de sobra para mantener la cautela y sobre todo no cometer el error de hablar de “brotes verdes”, tal como lo hicimos años atrás.
Partamos reconociendo que la mejora en la actividad de hoy se sostiene por factores que difícilmente se repetirán. Por ejemplo, una serie de incentivos fiscales transitorios y enfocados a mitigar el impacto de la pandemia, que se irán extinguiendo de manera gradual. Asimismo, es difícil pensar que el crédito comercial siga creciendo a tasas de dos dígitos (como lo hizo el segundo trimestre), mientras que gran parte del retiro del 10% de los fondos de pensiones se consumió de manera casi instantánea. Además, no podemos descartar la posibilidad de un deterioro en las condiciones sanitarias, debido a rebrotes que se han observado en casi todo el mundo.
Dado lo anterior, es fundamental enfocarse en los desafíos que aparecerán cuando se disipen estos catalizadores temporales. A priori, destacaría los siguientes tres: Primero, considerar que la ausencia de una vacuna nos llevará a convivir con el virus, al menos, parte de 2021. Eso implica que no podremos realizar una serie de diversas actividades de manera normal, por lo que la recuperación será incompleta. Es decir, nos tomará al menos un par de años (en el mejor de los casos) volver a observar niveles de producción pre crisis, por lo que el desempleo difícilmente bajará de cifras de dos dígitos hasta entonces. En esta nueva realidad, es fundamental hacer todos los esfuerzos posibles para evitar medidas dañinas al empleo, como crecimientos excesivos de costos laborales (recordemos la experiencia post crisis asiática) ni mucho menos pensar en regulaciones que rigidicen el mercado laboral. La flexibilidad cobra un valor aún mayor en períodos como los actuales.
Un segundo factor es la delicada situación fiscal. Si bien hace un par de años decíamos que no había holgura para gastar más, hoy derechamente debemos reconocer que hacer más de lo mismo es simplemente insostenible. Ello queda de manifiesto en el último informe del Consejo Fiscal Autónomo (CFA), donde se muestra que si el gasto sigue creciendo al 4,7% promedio de los últimos años, la deuda fiscal podría empinarse por sobre el 100% del PIB. Hay evidencia abrumadora sobre el impacto negativo del exceso de deuda en variables clave como inflación y crecimiento, situación que ninguno de nosotros quiere vivir. La sostenibilidad fiscal requiere repensar de manera profunda la forma de gastar y de fomentar el crecimiento, en vez de soluciones simplistas (y desconectadas de la realidad) que solo buscan elevar impuestos.
No puedo dejar de mencionar la discusión política que está tomando la agenda desde ya. Más allá del resultado del plebiscito de octubre, hay un amplio consenso sobre la necesidad de acotar y delinear una hoja de ruta sobre la discusión constitucional, sobre todo en aquellos temas más trascendentales, como la independencia del Banco Central. Al final del día, el desafío es lograr que el magro crecimiento de este año sea solo un bache en el camino y no la profundización de un deterioro estructural de Chile.